miércoles, 4 de diciembre de 2013

La Cerrada de Chimalistac

Nuestra ultima conversación fue mas o menos en Julio, luego desapareció de las redes sociales. Yo no lo había percibido de inmediato. Todo fue muy rápido. A veces intercambiábamos correos, o mensajes por twitter. Otras, cuando teniamos más tiempo, chateabamos por inbox en Facebook. Seguíamos teniendo la misma relajada forma de comunicarnos, entre bromas sobre Independiente, la selección argentina, el Real Madrid y la selección española, y chacoteabamos con algún recuerdo. Por lo general, siempre compartíamos con Santiago esos intercambios.

Lo conocí en 1997, más precisamente la noche del 23 de Agosto. Yo había llegado el día anterior al departamento que Fabián dejaba en la colonia Oxtopulco, en la cortada de Chimalistac, en el Distrito Federal. Nos hicimos amigos al instante. Fue fácil porque Flavia había venido de visita a Buenos Aires el mes anterior. A Flavia la acompañaba en ese viaje David, que a su vez era oriundo de Zamora. David, Flavia y Savador se habían conocido en la Universidad de Salamanca, cursando la maestría en estudios latinoamericanos. Como sabían que al poco tiempo yo me iría a México, David me dijo que: "Ostias, tío. Mi mejor amigo de la Universidad se va para el DF también el próximo mes". Su mejor amigo era Salvador. Así fue que cuando Salvador llegó el 23 al departamento de Fabián, yo lo recibí con un: "te manda saludos David y Flavia". Se rió y en fuerte acento castellano me dijo: "Ostias, tu debes ser Diego".

Los primeros días nos la pasábamos caminando por esa "ciudad tan grande". A los dos nos costaba entender el español que se hablaba en las calles del DF y, a la vez, entender el castellano plagado de argot de Salvador y el acento porteño mío lleno de frases incomprensibles para cualquiera que no hubiera estado en el Río de la Plata. Por suerte a los pocos días se nos sumó Santiago, alias Kako. Santiago era uruguayo, pero había pasado gran parte de su infancia en Carmelo, un pueblo a metros del delta del paraná del lado de la costa uruguaya. Santiago hablaba como bonaerense, podía decir que era de Campana que nadie sospecharía en absoluto su origen. Además estaba impregnado de las noticias porteñas, gran parte de su familia vivía en la costa occidental del Rio de la Plata.

Los tres formamos una hermandad que duró mucho tiempo. A pesar de nuestros lazos, al poco tiempo Chechu me ofreció mudarme a su departamento del Altillo, y como no había lugar para tres en el deppartamento que Fabían dejaba, ellos quedaron los dos en la privada de Chimalistac. Me dió un poco de celos, debo confesar. La amistad de ellos evolucionaba bajo otras coordenadas, no obstante mantuvimos la amistad sumando también a Chechu al circulo.

Si bien la mayoría rondábamos la treintena, Salvador era unos años menor. No obstante, no notábamos la diferencia a no ser, claro, por la contundencia de las sentencias de Salvador. Cuando hablaba o escribía no dejaba un margen para la duda. Sentenciaba. Era categórico, como buen español. Nunca decía "en mi opinión...." Y si lo decía, era para demostrarte que su opinión era la única opinión posible. Por eso lo cargábamos mucho con Kako: "Viste como son los gallegos!!" le decíamos, a él que era de Santoña, un pueblo a norte de España en la Comunidad Autónoma de Cantabria. Nuestra vinculo era un poco adolescente, diría hoy. La mayoría de nuestros compañeros de estudios habían superado la treintena y otros ya pintaban cuarenta y pico. No habíamos ido con nuestras familias --tampoco las teníamos por entonces-- así que los fines de semanas, para despejar la carga y la ansiedad, salíamos a explorar el territorio. Ay! Mujeres! Era un tema de conversación frecuente. "¿Que haremos aquí?" Fue en esa época que Fabián y Antonio nos ilustraron en una teoría que luego confirmé con exhaustiva evidencia empírica: "A los tres meses, tu perspectiva cambia y le encuentras la belleza a las formas ocultas". Esa charla introductoria en el "Rincón de la Lechuza" con unos cuantos tacos de por medio y nuestras primeras incursiones con la salsa de chile rojo y verde, nos marcó a fuego. Fue también durante esa época, que un día en que la tristeza y la angustia se apoderó por completo de mi, Salvador me dijo: "Oye, vamos a caminar un rato tío. Lo que tienes es morrinha". Caminamos por la avenida Universidad rumbo a Miguel Angel de Quevedo doblamos a la izquierda por el estacionamiento del supermercado que, por entonces, era Aurrerá (y hoy es un Wal-Mart). Seguimos por Quevedo, pasamos por las librerías Gandhi y Fondo de Cultura. Seguimos en dirección hacia Insurgentes. Tomamos una diagonal que sale justo en el Parque de la Bombilla, donde está el monumento a Alvaro Obregon --y dicen que su mano también. Allí contemplamos, por primera vez, la bandera mexicana en todo su explendor, gigantesca, en un mástil pegado al monumento del lppider revolucionario. Tomamos Insurgentes, pasamos por la puerta de Calígula, luego por la puerta de la Cantina de San Angel.  Seguimos en dirección hacia el eje 10, pasamos por el Callejón (al que con posterioridad seriamos clientes exclusivos) y llegamos a Copilco. Vimos el Estadio Olímpico a lo lejos. Ahí nomás estaba la entrada de la UNAM. Seguimos por el eje 10, y regresamos a Avenida Universidad. Al dar la vuelta, en silencio, supe que había hecho un amigo para toda la vida.

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