domingo, 22 de diciembre de 2013

Feliz Cumple, Salva

Hacia unos meses que no tenía noticias de él. Solía pasar a menudo que interrumpíamos la comunicación por meses. Pero alguna que otra noticia de amigos en común, alguna que otra noticia de la crisis económica en España nos volvía a conectar. A veces, un simple "¿como va todo? Abrazo" y con eso bastaba. A veces, nos volvíamos a encontrar en algún thread que se arman en los posteos del muro de algún amigo en Facebook, o en el thread de los muros propios. Eso no sucedía al principio, allá por el 2000, cuando no existía facebook. En esa época nos limitábamos a enviar correos electrónicos, que no eran tan frecuentes, pero si lo eran más, comparado con las cartas escritas en papel que en 1997 yo intercambiaba con mi madre que vivía en Buenos Aires, por ejemplo, y él con la suya que vivía en Santoña.

Obviamente, desde que Facebook apareció la conexión era instantánea y más frecuente. Pero desde Junio, más o menos, no había prestado atención que no habíamos intercambiado ningún mensaje. La ultima vez fue a propósito de un asunto del blog que él coordinaba en la Universidad de Salamanca. Pero ya no lo tengo muy claro al recuerdo. A veces se me va apagando y va perdiendo fuerza la luz del recuerdo, a veces se enciende y está nítidamente presente.

Ayer, con el solsticio, Salvador cumpliría 39 años. No llegó a cumplirlos. Se apagó rápido. Fue en Agosto que me enteré de su enfermedad. Recuerdo entrar al comedor del Hotel Paraná y verla sentada a Flavia con un joven. Terminé de desayunar y me acerqué a saludarlos. Flavia me presentó a Tomás. Nos saludamos. Charlamos del congreso, del Instituto, de ésto y de aquello. "¿en qué andas trabajando?" me preguntó, "sobre los congresos bicamerales provinciales" respondí brevemente, sin dar mayor información al respecto.

-- Oye, ¿sabes que Salva está enfermo? -Me disparó Flavia
-- No, no sabía nada. ¡Que raro....! --hice un poco de memoria y me di cuenta que efectivamente hacia un par de meses que no tenía intercambio con el-- si hace un .... un.... hace poco que le escribí --afirmé dubitativamente.
-- Si, le detectaron... -- hizo un silencio y no continuó la frase, dejando entrever que no hacía falta aclararlo.
-- No entiendo, ¿qué cosa? --pregunté exigiendo precisión
-- No saben si es cancer

Me quedé duro. Hacía frío. Saludé y salí a la calle principal rumbo a la facultad de economía de la universidad, que estaba a tres cuadras el hotel. Durante el camino se encendió en mi cabeza un film que detalladamente reproducía momentos filmados desde el 23 de Agosto de 1997, en Chimalistac, hasta aquella cena de diciembre de 2006 en mi casa de Buenos Aires, cuando nos vimos por ultima vez. ¿Como estará? ¿Lo llamo? ¿Le escribo? No supe que hacer.

A la noche nos vimos con los dos Fernandos. Ambos habían sido compañeros míos y de Salvador en México. Fuimos a cenar cerca de las barrancas de Paraná y les conté. Todos nos quedamos en silencio. No podíamos creer la noticia. No sabíamos tampoco la gravedad del caso.

Le escribí por twitter como si no supiera nada. Como casual, aunque consciente, ahora sí, que hacía dos meses que no habíamos tenido comunicación. Me pregunté "¿qué mierda hice en estos dos meses?" no tuve muchas respuestas. Le escribí por inbox en facebook y también le envié un correo. Como si toda la descarga en las redes sociales pudiera revertir el tiempo, ganar algunos segundos y quizás terminar descubriendo que todo fue un mal entendido. No tuve respuesta. Busqué un atajo. Le escribí a David, un amigo que vive en Madrid. David me confirmó todo y me puso al tanto de la situación. Lo iban a operar. La metástasis avanzaba. Quimioterapia. Otra operación.

Finalmente Salvador falleció a principios de septiembre. Recuerdo que yo hacía unos días que me había separado de Victoria. Yo estaba en carne viva. Tenía un ojo con esclerosis, al parecer originado por problemas reumáticos, un montón de deudas por delante y un agujero emocional que no sabía como iba a enmendar. Estaba en el living de la casa de mis padres viendo una película y me había quedado dormido. Todavía guardo el mensaje de Whatsapp del 1 de septiembre, eran las 00:42 horas de Buenos Aires, así que serían las 4:42 en Madrid. El mensaje de David avisaba que Salva había fallecido. Inmediatamente les comuniqué a Fernando, a Carlos, a Cecilia, a Santiago.

Todavía hoy sigo con esa sensación incómoda e inevitable de no haberme comunicado con él. De no haberle podido decir yo mismo "fuerza" y que él mismo lo escuchara de mi propia voz. Otras veces creo que eso sólo me calmaría a mi y que no habría tenido ningún efecto en él, de modo que cuando pienso en eso me tranquilizo un poco.

Ayer hubiera sido su cumpleaños. Pensé en él todo el día. Miré a mis hijos, que pasaban el fin de semana conmigo. Vimos pelis, salimos a visitar a la abuela, al abuelo. Luego nos fuimos a la casa de unos amigos, que se mudaron a la afueras de Buenos Aires, y nos invitaron a la pileta. Ya era de noche. Después de un día de mucho calor, el viento era fresco y la temperatura había descendido. Tomé unas cervezas. Regresamos con los chicos al departamento. La más grande se puso a ordenar unas cosas, la del medio se fue a dormir inmediatamente. El más chico había llegado dormido. Los acomodé. Los miré ya a todos en sus camas. Una inmensa alegría me llenó el cuerpo. Feliz Cumple Salva.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Sabotajes pequeños

Hace calor. Mucho calor. Los días pasan. Pasan las semanas. Pasan los meses. Todavía no pasan los años. Pasan las dolencias. Pasan los pesares. Hay mañanas hermosas, frescas y francas. Hay soles que queman y abrazan. Y, también, hay soles que iluminan nitidamente retocando el brillo y el contraste del color verde de la vegetación, del color ladrillo de los techos de tejas, del gris topo de los techos de chapas, del marrón seco de los troncos de arboles, del marrón claro del río, del celeste intenso del cielo y del blanco puro de las nubes. Y volvés a sonrreir. Y empezás a encontrar que las respuestas no están afuera, que las respuestas están adentro. Y que hay días que estás en paz, y que hay días que no tanto. Y que hay días que podes vivir con eso, y que hay días que no soportás vivir con eso. Estás en equilibrio inestable, una pequeña perturbación te modifica y distorsiona TODO, así nomás, como si nada. Y sabes que depende de vos. Solo depende de vos. Y ahí, te das cuenta, que una sistemática programación de sabotajes pequeños, como si fueran cuidadosamente descuidados y casuales, no podrán con tu plan de tratar de ser feliz!!! Que podes empezar a vivir los años más felices de tu vida, si te lo propones.  

martes, 17 de diciembre de 2013

El Lujo es Vulgaridad

Sebastián estaba sentado como siempre en la terraza del Bar, mirando al río. Soplaba un viento fresco desde el este, que atenuaba el calor que había dejado una tarde de verano húmeda y que empezaba a mermar con el sol ya debilitado del atardecer.  Estaba leyendo una novela gorda, pero se distraía frecuentemente con las conversaciones que escuchaba de las mesas que lo rodeaban. Mientras se detenía a tratar de escuchar la conversación, revolvía con el sorbete el hielo que flotaba en su vaso largo lleno de "coca cola life".

Por fin escuchó nítidamente lo que decía una persona sentada a dos mesas de donde él estaba sentado. Era un hombre de mediana edad, de unos 38 años vestido con jeans, mocasines náuticos y una camisa blanca, que afirmaba con pasión: "nunca entendí algunas canciones de los redonditos de ricota" y, mientras vertía el líquido amarillo de una Stella Artois en un vaso ancho, continuaba la afirmación con los gestos de la mano y una expresión de duda en la cara, agregó: "pero esa frase....  esa frase: siempre me rompió la cabeza". Su interlocutor, aprobaba su comentario rebotando su cabeza como un resorte lento.

Sebastián al escucharlo, se rió y pensó que a él, esa misma frase, le parecía genial y, a la vez, nunca la había terminado de entender perfectamente. Habría alguna señal ahí, algo que una mujer le dijo al autor de la canción (al Indio Solari, en este caso) y que lo había conmovido y convencido. Como esa señal externa que esperamos para evitar dirimir las múltiples dudas que habitan en nuestro interior cuando tenemos que tomar una decisión. Y en eso, mientras pensaba en esa frase, el vaso de cerveza, el calor de la jornada, los pendientes laborales, sonó su celular indicando la llegada de un mensaje. Desbloqueó con su dedo índice derecho la pantalla y encontró en el borde superior izquierdo de la pantalla el ícono verde que indicaba que un mensaje por whatsapp había ingresado. Tocó la figura de la aplicación, y abrió el mensaje. El mensaje decía: "No fue mi mejor día. Pero si se que quiero y que no. Y cuando me equivoco, me doy cuenta y cambio. Un beso, que duermas bien." Sonrió y revisó el mensaje. Lo volvió a leer. Volvió a sonrreir. Pensó que quizás, algo así, habría sentido el Indio Solari cuando escuchó decir de esa boca que "el lujo es vulgaridad".

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Lala y Lula

Lala era hija de padres brasileros y Lula de padres argentinos, pero ambas habían nacido en el año 2005 en el Distrito Federal, en México. Lala en el norte de la ciudad, Lula en el sur de esa misma ciudad. Sin embrago, fue mucho tiempo después que se conocieron. Sus respectivos padres se mudaron a Buenos Aires, cada uno con sus historias, motivos y razones cerca del 2006/2007. Cuando ellas tenían, más o menos, 3 años se conocieron por intermedio de sus hermanas mayores, que iban al mismo colegio y compartían el mismo grado. Como vivían cerca habían construido una amistad diferente. Algunas veces dormían las cuatro en casa de Lula, y otras veces las cuatro en casa de Lala. Cuando Lula y Lala comenzaron la primaria también fueron compañeras. No eran compañeras de colegio, exclusivamente. Tenían un código compartido que las mantenía cercanas. Por más que no eran de jugar juntas en los recreos ni de tener fascinación una por otra, se querían como esas personas que tienen una relación larga y duradera.

Cuando terminaron segundo grado, en el acto del colegio, Lula recibió algunas medallas por diferentes habilidades. Y fue ahí cuando pude observar la nobleza de Lala y el vinculo que habían desarrollado con Lula. Cada vez que Lula era nombrada, Lala la miraba y aplaudía con entusiasmo y convicción. Lula regresaba y Lala la abrazaba. Fue un segundo, cuando Lala le hablaba a Lula, y la abrazaba contenta y emocionada. Al terminar el acto, ya cuando es difícil mantener la atención, las dos se fundieron en un abrazo amistoso, noble, sincero. Y fue ahí, que me di cuenta que sin alardes, sin gritos al viento, sin proclamarlo, sin exagerarlo, eran muy buenas amigas.  No necesitaban decírselo una a otra y hasta, quizás, ni se reconocerían como tales. Pero bastaba ver la cara de contenta de Lala, por la alegría de Lula, que entendí que eso era la amistad verdadera.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

La Cerrada de Chimalistac

Nuestra ultima conversación fue mas o menos en Julio, luego desapareció de las redes sociales. Yo no lo había percibido de inmediato. Todo fue muy rápido. A veces intercambiábamos correos, o mensajes por twitter. Otras, cuando teniamos más tiempo, chateabamos por inbox en Facebook. Seguíamos teniendo la misma relajada forma de comunicarnos, entre bromas sobre Independiente, la selección argentina, el Real Madrid y la selección española, y chacoteabamos con algún recuerdo. Por lo general, siempre compartíamos con Santiago esos intercambios.

Lo conocí en 1997, más precisamente la noche del 23 de Agosto. Yo había llegado el día anterior al departamento que Fabián dejaba en la colonia Oxtopulco, en la cortada de Chimalistac, en el Distrito Federal. Nos hicimos amigos al instante. Fue fácil porque Flavia había venido de visita a Buenos Aires el mes anterior. A Flavia la acompañaba en ese viaje David, que a su vez era oriundo de Zamora. David, Flavia y Savador se habían conocido en la Universidad de Salamanca, cursando la maestría en estudios latinoamericanos. Como sabían que al poco tiempo yo me iría a México, David me dijo que: "Ostias, tío. Mi mejor amigo de la Universidad se va para el DF también el próximo mes". Su mejor amigo era Salvador. Así fue que cuando Salvador llegó el 23 al departamento de Fabián, yo lo recibí con un: "te manda saludos David y Flavia". Se rió y en fuerte acento castellano me dijo: "Ostias, tu debes ser Diego".

Los primeros días nos la pasábamos caminando por esa "ciudad tan grande". A los dos nos costaba entender el español que se hablaba en las calles del DF y, a la vez, entender el castellano plagado de argot de Salvador y el acento porteño mío lleno de frases incomprensibles para cualquiera que no hubiera estado en el Río de la Plata. Por suerte a los pocos días se nos sumó Santiago, alias Kako. Santiago era uruguayo, pero había pasado gran parte de su infancia en Carmelo, un pueblo a metros del delta del paraná del lado de la costa uruguaya. Santiago hablaba como bonaerense, podía decir que era de Campana que nadie sospecharía en absoluto su origen. Además estaba impregnado de las noticias porteñas, gran parte de su familia vivía en la costa occidental del Rio de la Plata.

Los tres formamos una hermandad que duró mucho tiempo. A pesar de nuestros lazos, al poco tiempo Chechu me ofreció mudarme a su departamento del Altillo, y como no había lugar para tres en el deppartamento que Fabían dejaba, ellos quedaron los dos en la privada de Chimalistac. Me dió un poco de celos, debo confesar. La amistad de ellos evolucionaba bajo otras coordenadas, no obstante mantuvimos la amistad sumando también a Chechu al circulo.

Si bien la mayoría rondábamos la treintena, Salvador era unos años menor. No obstante, no notábamos la diferencia a no ser, claro, por la contundencia de las sentencias de Salvador. Cuando hablaba o escribía no dejaba un margen para la duda. Sentenciaba. Era categórico, como buen español. Nunca decía "en mi opinión...." Y si lo decía, era para demostrarte que su opinión era la única opinión posible. Por eso lo cargábamos mucho con Kako: "Viste como son los gallegos!!" le decíamos, a él que era de Santoña, un pueblo a norte de España en la Comunidad Autónoma de Cantabria. Nuestra vinculo era un poco adolescente, diría hoy. La mayoría de nuestros compañeros de estudios habían superado la treintena y otros ya pintaban cuarenta y pico. No habíamos ido con nuestras familias --tampoco las teníamos por entonces-- así que los fines de semanas, para despejar la carga y la ansiedad, salíamos a explorar el territorio. Ay! Mujeres! Era un tema de conversación frecuente. "¿Que haremos aquí?" Fue en esa época que Fabián y Antonio nos ilustraron en una teoría que luego confirmé con exhaustiva evidencia empírica: "A los tres meses, tu perspectiva cambia y le encuentras la belleza a las formas ocultas". Esa charla introductoria en el "Rincón de la Lechuza" con unos cuantos tacos de por medio y nuestras primeras incursiones con la salsa de chile rojo y verde, nos marcó a fuego. Fue también durante esa época, que un día en que la tristeza y la angustia se apoderó por completo de mi, Salvador me dijo: "Oye, vamos a caminar un rato tío. Lo que tienes es morrinha". Caminamos por la avenida Universidad rumbo a Miguel Angel de Quevedo doblamos a la izquierda por el estacionamiento del supermercado que, por entonces, era Aurrerá (y hoy es un Wal-Mart). Seguimos por Quevedo, pasamos por las librerías Gandhi y Fondo de Cultura. Seguimos en dirección hacia Insurgentes. Tomamos una diagonal que sale justo en el Parque de la Bombilla, donde está el monumento a Alvaro Obregon --y dicen que su mano también. Allí contemplamos, por primera vez, la bandera mexicana en todo su explendor, gigantesca, en un mástil pegado al monumento del lppider revolucionario. Tomamos Insurgentes, pasamos por la puerta de Calígula, luego por la puerta de la Cantina de San Angel.  Seguimos en dirección hacia el eje 10, pasamos por el Callejón (al que con posterioridad seriamos clientes exclusivos) y llegamos a Copilco. Vimos el Estadio Olímpico a lo lejos. Ahí nomás estaba la entrada de la UNAM. Seguimos por el eje 10, y regresamos a Avenida Universidad. Al dar la vuelta, en silencio, supe que había hecho un amigo para toda la vida.

martes, 3 de diciembre de 2013

Los senderos que se bifurcan

En esa época el tiempo le parecía menos veloz. Tres años le parecían casi una década. Pensar a tres años era pensar en el largo plazo. Además, en tres años sería el año 2000 y desde chico siempre se imaginó que sería grande cuando llegara ese momento. No recordaba con precisión la semana o el día, pero habrá sido entre Julio y Agosto, quizás a fines de Junio de 1997. Pablo regresaba a vivir a Buenos Aires, luego de haber vivido en Colombia por muchos años. En 1989 sus padres se fueron del país luego de la crisis económica y la hiperinflación, de modo que terminó estudiando ingeniería en Bogotá. Pablo solía contarle a Sebastián que entre sus recuerdos más nítidos y sufridos estaba haber soportado estoicamente el 5 a 0 de 1994 allí, en pleno Bogotá DC. Se hicieron amigos en breve tiempo aunque Sebastián dejaría Buenos Aires a finales de Agosto para irse a vivir a Madrid. Si bien la hoja de ruta estaba planificada desde enero, apróximadamente, recién en Junio decidió que finalmente dejaría su trabajo y se iría a España. No era facil tomar la decisión, nunca lo era para él. El entusiasmo de Pablo recién llegado a Buenos Aires le hacía dudar. Disfrutaba cada salida, cada cerveza, cada noche, cada pizza, cada asado, como nadie que yo hubiera tenido conciencia en Buenos Aires. Ni yo me había dado cuenta de cuanto se podía disfrutar esta ciudad. De todas formas, Sebastián se iría. La decisión estaba tomada ya, luego de haber terminado con su novia de entonces en forma confusa. Asi que parte del rito fue despedirse de todos. Recuerdo que casi todos los fines de semanas realizaba alguna fiesta de despedida, o salida de despedida o viaje de despedida. Cada paso que daba lo daba con la épica de la despedida. Fue en ese contexto que una noche salió con Andrea.

No se conocían mucho, hasta donde me contó muchos años después. No habían hablado mucho tampoco, hasta entonces. Sus padres se conocían de uno de esos tantos grupos católicos que aglutinan a las parejas casadas practicantes, como los míos. Se conocían de otro de esos tantos grupos a los que van los hijos de esos matrimonios, y en ese contexto es que también los conocí yo. Pero no eran amigos. Conocidos es el concepto que mejor los definía. Pero había algo que a Sebastián lo conectaba con Andrea y, creo, que a Andrea con él. Quizás era la situación compartida. Andrea se iba a estudiar literatura a Alemania y Sebastián se iba a estudiar administración a Madrid, ese era el plan. Creo que el hecho de que ambos se estában yendo, los acercó por fin. Se reuníeron finalmente en una especie de pub que estaba en la esquina de Avenida Fleming y Dardo Rocha, en Martínez, a donde yo solía ir muchas tardes con Pablo y Pia. Sebastián hablaba mucho y registraba con precisión que ella y él no se prestaban mucha atención, aunque algo los vinculaba. Estuvieron charlando con el corazón y con mucha alegría, pero también con cierta nostalgia de no haberse conocido con tiempo antes que supieran que ambos se irían. Ni siquiera lo llamaría un desencuentro. Venían de caminos y vidas similares pero distintos, y se encontraban justo ahí en una intersección. En esa esquina. De ahí la llevó a la casa, se despidieron. Recuerdo que Sebastián me comentó esa despedida y sobre un par de llamadas telefónicas posteriores. Sus caminos se habían cruzado aquella noche y volvían a bifurcarse nuevamente. Ella salía rumbo al resto de su vida, y él salía rumbo al resto de la suya.

Con el tiempo, ya cada uno en sus cosas, volvieron a intercambiar varios correos. Pero fue después de 2008, con la explosión de Facebook y el reencuentro masivo de amigos, ex compañeros de colegio, de la vida, parientes perdidos por quien sabe que rincón del país o del planeta, y nuevos "amigos" virtuales, que volvieron a establecer contacto entre ambos. Andrea ya habían terminado sus estudios en literatura y ya había escrito su tesis de maestría sobre Borges. Enseñaba literatura hispanoamericana en una universidad de Berlín. Con el tiempo desarrollaron una amistad diferente. Una amistad virtual. Ese tipo de relación que, a veces y con mucha suerte, se generan en las redes sociales. Y cuando un día, por fin, en algún intercambio comentaron sobre aquella noche de 1997, ella le comentó que se acordaba, al igual que él, como si fuera un extracto de "el jardín de los senderos que se bifurcan".

lunes, 2 de diciembre de 2013

Midori y Watanabe

Bajo estricta recomendación kinesiológica, he reducido la cantidad de kilómetros corridos por semana. La idea es reducir esa distancia para ayudar a recuperar la fascia de la planta del pié. Mucho hielo, y algunos ejercicios, más el tratamiento que dos veces por semana me hace la kinesióloga. Así que, mezclado con una espeial coyuntura personal, me dediqué a leer unas cuantas novelas que tenía pendiente. Sucede con las novelas que una vez que empiezas no puedes parar. Y sucede además que cuando estás terminando una que te haya gustado, la sensación que te abraza es acerca de "qué vas a hacer cuando termine". Por eso, el mejor remedio es otra novela. Pero uno no puede estar de novela en novela, el tiempo es finito. De todas formas, algunas novelas a la vez que te ayudan a "correr" también te ayudan a explorarte, a encontrarte. En general, suelo tener empatía con algún personaje y voy sufriendo las peripecias a medida que avanzo.

Hace poco leyendo "Tokyo Blues. Norwegian Wood" encontré una idea en boca de una de las mujeres del protagonista Watanabe. Midori, era una jovén linda, aunque quizás al parecer no tan bella como Naoko. Pero muy lúcida. Tan lúcida que en cierta forma te enamora, y no me cabe duda que quizás al final su lucidez lo convenció a Watanabe. Pero todavía no lo había convencido cuando tuvieron el siguiente diálogo que me acercó a ella (Murakami, 1987: Tokyo Blues, p. 87-88).
- En mi escuela la mayoría de la gente era rica. -Posó las manos sobre regazo con las palmas vueltas hacia arriba-. Ese era el problema.
- A partir de ahora te hartarás de ver mundos distintos.
-¿Cual crees que es la mayor ventaja de ser rico?
- No lo sé
- Poder decir que no tienes dinero. Por ejemplo, yo iba y le proponía hacer algo a alguna compañera de clase. Entonces ella me decía: "No puedo. No tengo dinero". Yo en cambio hubiera sido incapaz de decir lo mismo. Si yo decía "no tengo dinero", era porque no lo tenía. ¡Patético!Igual que una chica guapa puede decir: "Hoy me veo tan horrorosa que no me apetece salir". Eso mismo, en boca de una chica fea, da risa. Ese fue mi mundo durante seis años, hasta el año pasado
Digo. Midori puede observar la sutileza de ciertas interacciones, nació para ver "lo que pocos pueden ver" como el personaje de Charly García en Cinema Verité. Y es consciente de ello. No reniega de su condición en un colegio de "niñas bien" y asume el problema con perspectiva. Midori despliega una lucides que la hace confiable. Aunque por momentos saque de quicio a cualquiera. Quizás por eso, al final, Watanabe .... Watanabe se da cuenta.