martes, 26 de noviembre de 2013

Miradas paralelas

Estaban sentados en el cesped uno al lado del otro. Miraban hacia el este. Justo ahí, el cesped terminaba abruptamente y caía una pequeña barranca de dos metros que se hundía en el río. El rio marrón. El apretaba con sus dos brazos sus piernas encogidas. Se sostenía, en cierto modo, y evitaba caerse hacia atrás. Ella tenía los pies extendidos y los brazos hacia atrás sosteniendo la espalda y todo el cuerpo. Noté que ambos tenían formas diferentes de sentarse y sostener la espalda. El vestia casual, unas vermudas de jeans desflecados, una remera sin mangas, creo que nike, y unas zapatillas negras. Ella tenía un vestido holgado, y usaba sandalias. No se miraban. Miraban el horizonte. Miraban los veleros. Miraban esa especie de algodón verde flotando a lo lejos, que forman los arboles en las islas del Delta. Hablaban de algo, sin ganas, con tedio. Interrumpían la charla, se reacomodaban de alguna manera. El soltaba las piernas y las estirabas, enderazaba la espalda y volvía a abrazar las piernas para evitar caerse. Ella despegaba el brazo derecho del suelo, lo cruzaba por delante de su pecho para rascarse el otro brazo que seguía firme, en diagonal, sosteniendo la espalda con la palma de la mano abierta apoyada en el pasto. Se producían silencios incómodos. Esos silencios que no se pueden llenar con nada. El sol ya estaba del lado oeste, iba atardeciendo. Volvían a armar una nueva conversación, algo se interrumpía. Un comentario mal hecho, una cara mal puesta, un énfasis en donde no se debía. No se miraban, seguían mirando hacia el río. Sus miradas estaban en paralelo. Pero eran paralelas diferentes, ni siquiera respetaban esa ley geométrica, que por cierto nunca entendí: "las paralelas se tocan en el infinito". Ni siquiera prolongando las rectas de sus miradas se cruzaban en el horizonte. Miraban en paralelo. Eran perfectamente paralelas. No se miraban. Ni se aproximaban. No se cruzaban. Sus miradas no se tocaban, sus conversaciones se disolvían. El sol seguía su marcha continua hacia el oeste, ya abandonaba la barranca y se hundía quien sabe donde. El resplandor aún permanecía, y sugería unas horas más de luz. El viento del rio soplaba desde el noreste, parecía venir desde las islas del Delta o del Tigre.

Hice todo mi esfuerzo por escuchar de que hablaban, pero no lograba entender ni una palabra. Además, las charlas se cortaban y luego el inmenso silencio que se abría me invitaba a abandonar el intento. Volvía a sumergirme en mi libro y cuando lograba nuevamente concentrarme lo suficiente como para avanzar en mi lectura, volvían a hacer un par de comentarios que desviaban nuevamente mi atención. Me costaba concentrarme en la lectura y me costaba concentrarme en la conversación que ellos mantenían. No supe de qué hablaban, pero podía sentir la distancia que había entre ellos. Había un silencio profundo. Pensé si ese silencio se expandiría al punto tal que no tengan más que decirse y los haga desistir de seguir hablando, o si ese silencio en algún punto se convertiría en rencor, dolor y discusiones sostenidas. Y pensé que quizás cuando el sol dejara de iluminar y la noche dominara por completo, en el medio de la oscuridad, ellos pudieran ver con más claridad que les pasaba.

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