viernes, 22 de noviembre de 2013

El rio y el cielo

La tarde era hermosa. El sol era intenso, pero el viento del río disminuía su intensidad y refrescaba, aliviando, en la sombra. A lo lejos se podían ver los veleros y las islas del delta. El color marrón del río, el celeste intenso del cielo, el verde de las islas, el blanco de alguna que otra nube. Estaba sentado en la terraza del bar, en una inestable silla tipo director apoyada en el piso de madera. La mesa, como todas las mesas en las que se sentaba, apoyaban tres de sus patas firme, dejando a la cuarta libre de movimiento aumentando la inestabilidad. Miraba hacia el sur, mientras leía Norwegian Wood de Murakami. Estaba esperando. No supe que esperaba hasta que lo ví levantar la cabeza. La vio llegar. La estaba esperando. Ella se acercó con un leve baile de caderas, sacudiendo sin mayor estridencia el pelo, pero de forma tal que parecía hacerlo en cámara lenta. Se aproximaba con sus cabellos lacios, despeinados pero ordenados. Tenía una sonrisa amplia, pero delicada, que resaltaban sus pequeños pómulos y angostaban horizontalmente sus ojos. Unas leves arrugas se marcaban en la comisura de los ojos. Sugería más de unos 35, pero era difícil identificar con mediana precisión si el limite superior de su edad probable podría llegar a 35 o 42. La sonrisa parecía no sólo estar en su boca, todo su cuerpo sonreía a medida que se acercaba. Saludó, y le dijo: "por fin nos vemos!" Y él respondíó, disimulando su inquietud con una sonrisa de camouflage: "Si, por fin! Verdad?".

Al parecer, se habían prometido hacia unos veinte días tomar unas cervezas. Pero, también al parecer, los viajes de él y la agenda de ella, habían demorado el encuentro. Me inclino a pensar que demoraron el encuentro más por la agenda de ella que por los viajes de él. Ella contó que ya había solucionado el problema del agua. El la miraba mientras ella describía con las manos y con muchas palabras, los inconvenientes alrrededor del agua, de su nueva casa. Lentamente fueron virando a su vida. A pesar del movimiento de manos, de cabezas y de las gesticulaciones, había un punto fijo o un punto de equilibrio entre ambos: se miraban a los ojos. Se movían con la libertad y la flexibilidad que la charla, cada vez mas relajada, iba adquiriendo. Pero había un punto en torno al cual, los movimientos se ordenaban: se miraban a los ojos. Entre ambos se dibujaba una paralela de un haz de rayo virtual entre ambos ojos, que ordenaba el resto del despliegue de la conversación. Tuve la sensación que se habían conectado. No había besos. No había mucha proximidad de las caras en la charla, y daba toda la sensación, por el contenido de la charla, que se estaban conociendo. Se contaban, en forma bastante resumida y cuidadosa, sus vidas. Ella se había separado, el nunca se había casado.

Pidieron un par de cervezas. La paralela que formaban el haz de luz entre sus ojos a veces se interrumpía cuando uno de ellos iba al baño, calculo que por ese beneficioso y aliviador, pero molesto, efecto que produce la cerveza. Cuando regresaban, tardaban unos segundos en volver a producir ese equilibrio entre sus miradas. A medida que pasaba el tiempo, la paralela entre ambas miradas se prolongaba en duración. Tuve la sensación que eran etapas sucesivas de aproximación y aprobación. Como si avanzaran en el reconocimiento mutuo, manteniendo las dudas generales pero despejando las pequeñas incógnitas, pero necesarias e inevitables, que tiene cada quien cuando conoce a alguien.

Se hizo de noche, el viento del río ya no equilibrara el calor de los rayos del sol y pasaba a dominar en una noche limpia y fresca. El rio se iba obscureciendo a medida que avanzaba la noche. Se levantaron luego de unas horas de charla y cervezas. Fueron caminando con los hombros levemente inclinados hacia el centro de la silueta que ambos formaban. Se detenían en el limite de una imaginaria tangente entre ambos hombros, que era perpendicular al suelo, y que los separaba en el centro de la figura que formaban ambas siluetas. Se iban hablando, con gracia. La oí comentarle algo sobre como valoraba que se hubiera animado a escribir por "inbox" no se qué cosa. El levantó los hombros y le dijo que se sentía como un adolescente. Se reían suavemente y en eso rompieron la geometría. Sus hombros se tocaron y se alejaron de nuevo un poco, hasta volver a estar tangentes sobre la linea que dividía ambas siluetas. Bajaron las escaleras de madera. El le tomó la mano, como acariciándola y la soltó. Se acercaron cada uno a su respectivo coche. Ella le dijo algo y le indicó su auto. El se acercó al auto de ella. Ya no podía escuchar que dijeron. Se despidieron. Dudó un poco pero le robó un beso. Corto, suave, no invasivo. Y ella retiró su cabeza hacia atrás. No estaba alarmada, no la tomó por sorpresa, y mantuvo la sonrisa en la cara y en todo el cuerpo. Regresó su cabeza nuevamente esos 5 centímetros que había recorrido hacia atrás. Se acercó, le devolvió el beso. El levantó las dos manos, tomó suavemente su cabeza como acomodándola hacia adelante. Sus dedos agarraban la parte posterior de la mandíbula de ella, enredados en los cabellos que le caían por encima de las orejas sin aros. Fue un movimiento suave y cadencioso, como el movimiento de ella al llegar. Se besaron corto, como si ambos se robaran un beso. Se miraron. Se fueron cada uno en su auto. El rio marrón y el cielo celeste de la tarde, ya habían cambiado su color. Estaban fundidos en un azul obscuro, iluminado suavemente por estrellas, y no se podía distinguir la línea del horizonte.

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