lunes, 6 de enero de 2014

Abejas Reinas

Marío Antonio se jactaba a viva voz que era bueno en los deportes colectivos. No sólo manifestaba ser bueno en los deportes colectivos; adicionalmente esgrimía la superioridad ética y moral de quienes practican deportes colectivos por encima de quienes, como nosotros los corredores solitarios, hacemos ejercicios físicos o entrenamientos individuales. Sin lugar a dudas, correr era algo que estaba muy por debajo de la escala ética y deportiva a los ojos de Mario Antonio. Pero sea o no que los deportes colectivos estuvieran encima de los deportes que se practican individualmente, lo cierto es que Mario Antonio se había acostumbrado en su equipo a ser el jugador estrella. Se sentía querido, halagado, festejado, admirado, necesitado y, sobre todas las cosas, el centro del equipo. A lo largo de su vida se había "empoderado" en el equipo, como suelen decir ahora las sociólogas. Como la mayoría de las cosas que se impregnan en cada uno de nosotros de manera indeleble y en lo más profundo del inconsciente, Mario Antonio no podía darse cuenta que su placer de practicar "deportes colectivos" (aunque solo había jugado en su equipo) radicaba en su lugar de abeja reina. Para el, su vida en el equipo era igual que la vida de los demás en el equipo. Y, obviamente, como suele suceder en las colmenas no hay lugar para dos abejas reinas.

Eso era muy claro en otros ordenes de la vida, aunque como la mayoría de las cosas que se impregnan en cada uno de nosotros de manera indeleble y en lo más profundo del inconsciente, Mario Antonio no lo veía de ese modo. Si bien no faltaba la referencia en sus conversaciones más informales que era bueno en los deportes colectivos, tenía serios problemas para integrarse en "equipos" sociales, laborales, grupales en donde no tuviera el rol que tenía en "su equipo" de toda la vida. Obviamente, tenía la virtud de deshacerse de quienes pudieran quitarle ese rol o bien intentando disolver los equipos en donde ese rol no se le asignara. Tenía esa virtud de líder positivo y creativo allí donde se lo dieran y se subordinaran a su carisma situacional, por decirlo de algún modo, y el defecto del miembro negativo y destructivo allí donde no. Eso si, conservaba la sonrisa (y diría que la ampliaba y lo hacía más bello aún) cuando sentía ese inmenso poder de acabar con lo que no se le sometiera. Como una bella y todopoderosa abeja reina.

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