sábado, 30 de noviembre de 2013

El chico sin color

Hace mucho calor. Estoy por salir a correr pese a la fascitis plantar. En realidad, el problema lo tendré mañana a la mañana, cuando intente pisar como todos los días y tiemble con ese dolor en la planta del pié y el talón. Un poco de hielo. Estirar y elongar, y el dolor va cediendo lentamente. Igual me voy a correr. Acabo de terminar un capítulo de la nueva novela de Murakami.  El chico sin color, Tsukuru Tazaki, quiere saber, 16 años después, porqué sus inseparables amigos lo cortaron un buen día. Durante esos 16 años la fue pasando como pudo, cargando en esa maleta que todos llevamos dentro ese incidente ya lejano. Al principio se quiso matar, luego fue tratando de olvidar. Pero el asunto emergía. Fue Sara la que un día le dijo que lo quería y que quería tener algo con él, pero que no avanzaba hasta que el no resolviera esa profunda llaga que tenía adentro. Es el chico sin color, porque de los cinco inseparables amigos, era el único cuyo apellido no significaba un color en japonés.

La novela es de lo mejor. Por momentos tengo la impresión que personajes de Norwegian Wood (1987), aparecen de alguna forma en esta novela. Cuando finalmente va en busca de una respuesta. Cuando decide instado por Sara en ir y encarar el asunto, se encuentra con  las diferentes perspectivas o puntos de vista de el hecho "histórico". En medio de todo esto, Murakami hace hablar a los personajes y nos tira algunas reflexiones, algunas definiciones que quedan marcadas a fuego en el texto: "A lo largo de nuestra vida vamos descubriendo poco a poco nuestro verdadero yo; y, a medida que lo descubrimos, perdemos parte de nosotros mismos" (p. 180).

Pensé que todos cargamos, de uno u otro modo, con esas intrigas propias. Con esos hechos que nos marcaron a fuego y que por más que lo intentamos controlar emergen en las diferentes interacciones que vamos teniendo a lo largo de la vida. La terapia, en el mejor de los casos, ayuda un poco a hacer esa peregrinación. Y por ahí encontramos algunas claves de lectura: "A decir verdad, hasta entonces Tsukuru nunca había comprendido ese sentimiento al que denominaba celos. Por supuesto, se había forjado una idea de en qué consistían. Sabía, por ejemplo, que son lo que uno experimenta al ver que otra persona posee u obtiene con suma facilidad el talento, las cualidades o la posición que uno no tiene o no ha conseguido. O lo que uno siente cuando contempla cómo la mujer a la que uno ama abraza a otra persona. Envidia, rabia, resquemor, frustración inconsolable e ira". Y alguna que otra metáfora: "Los celos -por lo que Tsukuru coligió del sueño-  son la prisión más desesperanzadora del mundo. porque es una prisión en la que el preso se confina a sí mismo. Nadie lo mete a la fuerza. Uno entra por voluntad propia, cierra con llave desde centro y lanza la llave por entre los barrites. Y nadie en el mundo sabe que está ahí recluido. Naturalmente, si se decidiera a salir, podría hacerlo. Porque la prisión está en su interior. Pero no se decide. Su corazón se ha vuelto duro como un muro de piedra. Esa es la esencia de los celos"

Me voy a correr. Hace calor. Me voy a peregrinar, como Tsukuru, el chico sin color.

martes, 26 de noviembre de 2013

Miradas paralelas

Estaban sentados en el cesped uno al lado del otro. Miraban hacia el este. Justo ahí, el cesped terminaba abruptamente y caía una pequeña barranca de dos metros que se hundía en el río. El rio marrón. El apretaba con sus dos brazos sus piernas encogidas. Se sostenía, en cierto modo, y evitaba caerse hacia atrás. Ella tenía los pies extendidos y los brazos hacia atrás sosteniendo la espalda y todo el cuerpo. Noté que ambos tenían formas diferentes de sentarse y sostener la espalda. El vestia casual, unas vermudas de jeans desflecados, una remera sin mangas, creo que nike, y unas zapatillas negras. Ella tenía un vestido holgado, y usaba sandalias. No se miraban. Miraban el horizonte. Miraban los veleros. Miraban esa especie de algodón verde flotando a lo lejos, que forman los arboles en las islas del Delta. Hablaban de algo, sin ganas, con tedio. Interrumpían la charla, se reacomodaban de alguna manera. El soltaba las piernas y las estirabas, enderazaba la espalda y volvía a abrazar las piernas para evitar caerse. Ella despegaba el brazo derecho del suelo, lo cruzaba por delante de su pecho para rascarse el otro brazo que seguía firme, en diagonal, sosteniendo la espalda con la palma de la mano abierta apoyada en el pasto. Se producían silencios incómodos. Esos silencios que no se pueden llenar con nada. El sol ya estaba del lado oeste, iba atardeciendo. Volvían a armar una nueva conversación, algo se interrumpía. Un comentario mal hecho, una cara mal puesta, un énfasis en donde no se debía. No se miraban, seguían mirando hacia el río. Sus miradas estaban en paralelo. Pero eran paralelas diferentes, ni siquiera respetaban esa ley geométrica, que por cierto nunca entendí: "las paralelas se tocan en el infinito". Ni siquiera prolongando las rectas de sus miradas se cruzaban en el horizonte. Miraban en paralelo. Eran perfectamente paralelas. No se miraban. Ni se aproximaban. No se cruzaban. Sus miradas no se tocaban, sus conversaciones se disolvían. El sol seguía su marcha continua hacia el oeste, ya abandonaba la barranca y se hundía quien sabe donde. El resplandor aún permanecía, y sugería unas horas más de luz. El viento del rio soplaba desde el noreste, parecía venir desde las islas del Delta o del Tigre.

Hice todo mi esfuerzo por escuchar de que hablaban, pero no lograba entender ni una palabra. Además, las charlas se cortaban y luego el inmenso silencio que se abría me invitaba a abandonar el intento. Volvía a sumergirme en mi libro y cuando lograba nuevamente concentrarme lo suficiente como para avanzar en mi lectura, volvían a hacer un par de comentarios que desviaban nuevamente mi atención. Me costaba concentrarme en la lectura y me costaba concentrarme en la conversación que ellos mantenían. No supe de qué hablaban, pero podía sentir la distancia que había entre ellos. Había un silencio profundo. Pensé si ese silencio se expandiría al punto tal que no tengan más que decirse y los haga desistir de seguir hablando, o si ese silencio en algún punto se convertiría en rencor, dolor y discusiones sostenidas. Y pensé que quizás cuando el sol dejara de iluminar y la noche dominara por completo, en el medio de la oscuridad, ellos pudieran ver con más claridad que les pasaba.

viernes, 22 de noviembre de 2013

El rio y el cielo

La tarde era hermosa. El sol era intenso, pero el viento del río disminuía su intensidad y refrescaba, aliviando, en la sombra. A lo lejos se podían ver los veleros y las islas del delta. El color marrón del río, el celeste intenso del cielo, el verde de las islas, el blanco de alguna que otra nube. Estaba sentado en la terraza del bar, en una inestable silla tipo director apoyada en el piso de madera. La mesa, como todas las mesas en las que se sentaba, apoyaban tres de sus patas firme, dejando a la cuarta libre de movimiento aumentando la inestabilidad. Miraba hacia el sur, mientras leía Norwegian Wood de Murakami. Estaba esperando. No supe que esperaba hasta que lo ví levantar la cabeza. La vio llegar. La estaba esperando. Ella se acercó con un leve baile de caderas, sacudiendo sin mayor estridencia el pelo, pero de forma tal que parecía hacerlo en cámara lenta. Se aproximaba con sus cabellos lacios, despeinados pero ordenados. Tenía una sonrisa amplia, pero delicada, que resaltaban sus pequeños pómulos y angostaban horizontalmente sus ojos. Unas leves arrugas se marcaban en la comisura de los ojos. Sugería más de unos 35, pero era difícil identificar con mediana precisión si el limite superior de su edad probable podría llegar a 35 o 42. La sonrisa parecía no sólo estar en su boca, todo su cuerpo sonreía a medida que se acercaba. Saludó, y le dijo: "por fin nos vemos!" Y él respondíó, disimulando su inquietud con una sonrisa de camouflage: "Si, por fin! Verdad?".

Al parecer, se habían prometido hacia unos veinte días tomar unas cervezas. Pero, también al parecer, los viajes de él y la agenda de ella, habían demorado el encuentro. Me inclino a pensar que demoraron el encuentro más por la agenda de ella que por los viajes de él. Ella contó que ya había solucionado el problema del agua. El la miraba mientras ella describía con las manos y con muchas palabras, los inconvenientes alrrededor del agua, de su nueva casa. Lentamente fueron virando a su vida. A pesar del movimiento de manos, de cabezas y de las gesticulaciones, había un punto fijo o un punto de equilibrio entre ambos: se miraban a los ojos. Se movían con la libertad y la flexibilidad que la charla, cada vez mas relajada, iba adquiriendo. Pero había un punto en torno al cual, los movimientos se ordenaban: se miraban a los ojos. Entre ambos se dibujaba una paralela de un haz de rayo virtual entre ambos ojos, que ordenaba el resto del despliegue de la conversación. Tuve la sensación que se habían conectado. No había besos. No había mucha proximidad de las caras en la charla, y daba toda la sensación, por el contenido de la charla, que se estaban conociendo. Se contaban, en forma bastante resumida y cuidadosa, sus vidas. Ella se había separado, el nunca se había casado.

Pidieron un par de cervezas. La paralela que formaban el haz de luz entre sus ojos a veces se interrumpía cuando uno de ellos iba al baño, calculo que por ese beneficioso y aliviador, pero molesto, efecto que produce la cerveza. Cuando regresaban, tardaban unos segundos en volver a producir ese equilibrio entre sus miradas. A medida que pasaba el tiempo, la paralela entre ambas miradas se prolongaba en duración. Tuve la sensación que eran etapas sucesivas de aproximación y aprobación. Como si avanzaran en el reconocimiento mutuo, manteniendo las dudas generales pero despejando las pequeñas incógnitas, pero necesarias e inevitables, que tiene cada quien cuando conoce a alguien.

Se hizo de noche, el viento del río ya no equilibrara el calor de los rayos del sol y pasaba a dominar en una noche limpia y fresca. El rio se iba obscureciendo a medida que avanzaba la noche. Se levantaron luego de unas horas de charla y cervezas. Fueron caminando con los hombros levemente inclinados hacia el centro de la silueta que ambos formaban. Se detenían en el limite de una imaginaria tangente entre ambos hombros, que era perpendicular al suelo, y que los separaba en el centro de la figura que formaban ambas siluetas. Se iban hablando, con gracia. La oí comentarle algo sobre como valoraba que se hubiera animado a escribir por "inbox" no se qué cosa. El levantó los hombros y le dijo que se sentía como un adolescente. Se reían suavemente y en eso rompieron la geometría. Sus hombros se tocaron y se alejaron de nuevo un poco, hasta volver a estar tangentes sobre la linea que dividía ambas siluetas. Bajaron las escaleras de madera. El le tomó la mano, como acariciándola y la soltó. Se acercaron cada uno a su respectivo coche. Ella le dijo algo y le indicó su auto. El se acercó al auto de ella. Ya no podía escuchar que dijeron. Se despidieron. Dudó un poco pero le robó un beso. Corto, suave, no invasivo. Y ella retiró su cabeza hacia atrás. No estaba alarmada, no la tomó por sorpresa, y mantuvo la sonrisa en la cara y en todo el cuerpo. Regresó su cabeza nuevamente esos 5 centímetros que había recorrido hacia atrás. Se acercó, le devolvió el beso. El levantó las dos manos, tomó suavemente su cabeza como acomodándola hacia adelante. Sus dedos agarraban la parte posterior de la mandíbula de ella, enredados en los cabellos que le caían por encima de las orejas sin aros. Fue un movimiento suave y cadencioso, como el movimiento de ella al llegar. Se besaron corto, como si ambos se robaran un beso. Se miraron. Se fueron cada uno en su auto. El rio marrón y el cielo celeste de la tarde, ya habían cambiado su color. Estaban fundidos en un azul obscuro, iluminado suavemente por estrellas, y no se podía distinguir la línea del horizonte.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Culpa y Deseo

Correr durante estos días ha sido un remedio. Los dolores intensos que tengo por la mañana me impiden pisar de una al despertarme. A medida que el pié se acostumbra a pisar de nuevo todos los días, el dolor se pasa. Cuando corro, casi diría que el dolor desaparece. Pero, luego, el cuerpo se enfría y el dolor regresa con mayor intensidad. Es ahí abajo, en el talón y el arco. Me duele más el pié izquierdo que el derecho. El médico me diagnosticó "fascitis plantar" (algo así como un espolón). A ver al kinesiólogo que puede curarlo. Mientras tanto sigo corriendo mis 10 a 13 km casi diarios. Tengo interiormente otro dolor: culpa y deseo encontrados. El dilema de occidente todo adentro mío, y yo corriendo para tratar de transpirarlo. Si, creo que es así. Corro porque cuando transpiro siento que libero todo aquello que me intoxica. Lo mismo que cuando leo. Y justo me topé con un párrafo de Paul Auster.
"El sentimiento de culpa pueda hacer que alguien obre en contra de sus intereses, pero el deseo también puede conducir a lo mismo, y cuando la culpa y el deseo se mezclan en partes iguales en el corazón de un hombre, puede que ese hombre empiece a comportarse de manera extraña" (Paul Auster, El libro de las Ilusiones, p. 146)

Si me ven por la calle comportarme de manera extraña, si cuando hablamos es notable que oscilo entre una cosa y otra, ya saben. En un test el resultado arrojó que uso el 69% del hemisferio derecho y sólo el 31% de izquierdo. El Caos, la intuición, la creatividad... en fin. Eso, y una buena mezcla de culpa y deseo, hace impredecible a una persona

martes, 12 de noviembre de 2013

La intensidad de Tijuana

Fui a Tijuana. A la mera linea, wuey! Invitado por un colega amigo de la UABC a presentar un paper que estoy trabajando sobre izquierda y derecha en los estados mexicanos. Muchos gráficos, estimaciones de distancias en el espacio ideológico político, modelos para estimar esas posiciones, etc. Lo importante es que estaba alojado en un bonito hotel, pero lejos del centro aunque cerca de la universidad. Tijuana tiene una población de más de dos millones de habitantes. En poco tiempo pasó de 800 mil a esa cifra. Intensa! No corrí porque entre las reuniones, las dos charlas que dí y los paseos el día se me iba. Pero caminé a la noche por el centro.

Tijuana está dividida en varias zonas. Destaca la zona Río, donde está el lujoso y moderno centro comercial y financiero de la ciudad. Luego las urbanizaciones pobres, pero bien urbanizadas (anduve por Lomas Taurinas, donde asesinaron a Colosio). Las zonas residenciales lujosas y el centro histórico. El centro histórico de Tijuana es una mezcla de cosas que te resumen todo.

Para los turistas es obligado arrancar por el bar Zacazonapan, super conocido porque Manu Chao escribió la famosa canción que le dió una fama no del todo justa a la ciudad. En el mismo "antro", como dicen en México, solía asistir Brad Pitt. Hay fotos de él y de sus venidas. El lugar es chico, no dice mucho. Está en un subsuelo. Eso si, mucho olor a mota. Está lleno de antropólogos y dicen que varias tesis se han escrito sobre el lugar. Pues, que decir, wuey! De ahí pasamos a la visita obligada a la zona liberada. el callejón Coahuila y "sus paraditas", y luego a la calle Cohuila: Tropical, Las Chavelas, Las Adelitas, y el magnífico y surreal Hong Kong. Eso sí, una buena chela en unos de los lugares más nac & pop que vi en el planeta: Rio Verde (esto es México Bronco, dice mi amigo).

Pero en el mismo centro, caminando por la iluminada avenida Revolución llegás hasta la sexta. La sexta es la zona cool, llena de bares y pubs estándar. Ahí van los estudiantes y los locales: La mezcalera, la estrella, Cheaps, Zebra, Porky´s, Las Pulgas, Dandy del Sur. En cada uno un estilo. hipsters, rockeros, ochenteros, poperos, cada bar un estilo. En la calle se mezclan las tribus urbanas de la frontera, gringos y gabachos.  No corrí, pero venir a Tijuana siempre es sentir un poco de vida y sentir la existencia intensamente.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Puebla otra vez..

Pensé que nunca iba a volver a correr por aquí. Me equivoqué. Salí del Hotel City Express, en la Avenida Juan Pablo II, colonia La Noria. Fui hasta la intersección con ese gigantesco viaducto de 6 carriles ida y 6 carriles vuelta, que se llama Atlixcayotl. Pensé en Salvador, y como bromeaba porque nunca podía pronunciar bien las palabras con TL y X.  Llegué al viaducto Atlixcayotl, y doblé a la izquierda. Seguí por la pequeña vereda y cruce el puente por encima del rio Atoyac. A mi derecha se veían nítidamente el Popocateptl y el Iztaccihuatl, los dos volcanes estaban nevados en sus cumbres. El cielo azul celeste, como jamás lo había visto aquí. Seguí corriendo rumbo al centro de Gobierno. Inmenso, con esa bandera gigantesca. Di unas vueltas corriendo y bajé por el lateral del centro. Ahí vi el circuito para correr, a unos metros abajo, pegado al rio. Bajé la cuesta empinada y casi me caigo, pero seguí con el envión y quedé parado. Di vueltas en ese precioso circuito bordeando el rio, bajo arboles que generaban un aire húmedo. El día era soleado, estaba hermoso para correr. Era temprano. Di dos vueltas al circuito, en total unos 10 kilómetros, más unos 3 para venir y volver. La sensación fue espectacular. Nos saludábamos con los que corrían por ahí, la temperatura estaba ideal. En mi smartphone sonaba aletoreamente Soda Stereo, Calamaro, Eric Clapton... una mezcla. Me colgué con Agua, y la voz de Cerattí intentándome decir algo. Luego con Profugos... también, tratando de entender lo que me estaba diciendo. Recordé que la ultima vez que corrí aquí fue en Mayo, a propósito de un seminario. Pero en ese momento, aún no me había operado de la nariz y me costaba respirar. Ahora tenía los orificios nasales despejados, el aire húmedo y los árboles de eucaliptus aromaban de una forma peculiar la corrida y mi respiración. Me di cuenta, que hacia tiempo que no sonreía cuando corría. Me sentí feliz. Sonreí. Regresé emocionado, corriendo a la mañana, desayunando papaya y jugo de naranja. Otra vez en Puebla.