martes, 17 de julio de 2012

De regreso al hipódromo

A fines del 2006, precisamente el 19 de diciembre de ese año, nos mudamos a una casa en Martínez-Acassuso, a unos metros del hipódromo de San Isidro, al norte de la ciudad de Buenos Aires, del lado de provincia. Fue ahí que comencé a correr distancias más largas. Comencé haciendo el largo de esa especie de bosque que está sobre la calle Dardo Rocha, que va de Fleming a la Avenida Santa Fe, bajo unos pinos, eucaliptos y plátanos. Me encanta sudar, y quedar bien mojado. De modo que en diciembre, la temperatura es ideal para quedar empapado. Así que para ese diciembre, decidí salir con joggins de algodón fuera de moda que regresaban pasados por agua. En cierta forma, comencé a sentir que había regresado a mi lugar, a mi barrio, a mis sensaciones. Mi adolescencia tuvo mucho que ver con este lugar. El Hipódromo guardaba muchos secretos que no imaginé que todavía estaban ahí. Será por eso que no paré de correr desde entonces. Había troncos de viejos arboles que todavían tenían el hueco donde escondí, allá por el 88 o por el 89, algún que otro secreto.


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Al tiempo comencé a dar la vuelta al hipódromo. Dardo Rocha, Avenida Santa Fé hasta el cruce con Avenida Marzquez, luego una recta en subida leve y luego en bajada hasta Fleming, y ahí un largo recto hasta Dardo Rocha nuevamente. Todo eso son unos 5.16 kilómetros. En verano está lleno de gente. Mujeres hermosas, como las sanisidrenses no hay en ningún lugar, no vi en México, no las ví en españa, no las ví en Moscu, no las vi en Ann Arbor. Diría, además, que el 80% de las señoras y jovencitas de mi barrio corren... y ahí, en ese lugar, corren todas. Creo que eso también ayudó a mejorar mi velocidad con el tiempo, y aumentar la distancia recorrida.

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