jueves, 7 de marzo de 2013

Hugo Chavez

Ayer di, nuevamente, toda la vuelta al hipodromo. Quiero decir, no solamente la del cicuito, si no la de la cancha de vareadores y el golf incluido. Salì por Dardo Rocha rumbo a Fleming, seguì derecho hasta Diego Carman. Luego doblé hasta Marquez y de ahí derecho-derecho hasta Av. Santa Fé. Luego, de nuevo, hasta Dardo Rocha. En total 10.88 kilómetros. Ni lo sentí, pero pensé mucho en el fenómeno Chavez. Miraba a la gente pensando si les importaría o no la muerte de Chavez. Si en algo sus vidas cambiaba, aunque sea emocionalmente. Me imaginé corriendo desde el aeropuerto hasta el hotel, aquél día que el vuelo de aerolineas llegó tarde a Caracas y tuve que pernoctar una noche allí (la historía aquí). Me imaginé corriendo por esa avenida que bordea Caracas donde los barrios trepan por las laderas. Recuerdo esa imagen y la charla con el taxista.

Algunos lo odiaban más allá de las razones que esgrimian para sostener su postura. Siempre me pareció, que antes o después de las razones, estaba el prejuicio y el desprecio. Chavez no era estéticamente lo que pretendían como imagen de presidente. Otros lo amaban más allá, también, de las razones que pudieran dar de sus aciertos. Ultimamente me parecía que, para quienes los defendían, él era más un símbolo de lo que anhelaban o añoraban, o de cierta rebeldía e irreverencia.

En lo personal, no lo odié, ni lo amé. No me despertaba la admiración, cercana a la adoración, que otros le tenían.  Lo respeté, eso sí. Fui critico agnóstico del proceso bolivariano, cuando mi interlocutor era un chavista recalcitantre, y solía excusarlo y relativizar sus errores cuando mi interlocutor era un iracundo antichavista. Critiqué las mañas.

Pese a que algunos de mis amigos o colegas lo veneraban como a "el lider popular", yo nunca dejé de verlo como un hombre de armas, un militar. Me atraía su elocuencia carismática, pero al minuto lo sospechaba como un encatador de serpientes. Supe del amor que le tenían muchos en su país y del odio de otros compatriotas suyos. Ambas razones siempre me parecieron entendibles, pero debo confesar que no ambas pasiones.

Ayer cuando veía las imágenes por televisión. Cuando leia y releía su historia y los hitos políticos desde 1992 hasta la fecha. Cuando la gente lo empezaba a llorar. Ayer tenía la indiscutible evidencia de su liderazgo popular. Eso, por cierto, no lo convierte en bueno per se. Pero veo ahí un inmenso peso que ha tenido y tiene en la región... se ve, es imposible negarlo. Me quedo perplejo... ahi va la historia, la estamos viendo, la estamos viviendo.

2 comentarios:

  1. Creo que empezamos este intercambio en Facebook. Sólo remarcaría lo que quise decir allí: especialmente nosotros los politólogos, en una disciplina tan europea y americana, deberíamos incorporar otras miradas sobre estos procesos, que no nos lleven inmediatamente a ver una semilla de fascismo, cuando un líder político apela a lenguajes populares y a las emociones (y acá viene el clásico, "no digo que vos lo hagas"). Chavez es muchas cosas, complejas y contradictorias como todo proceso político que busca generar cambios. Es una discusión la validez del corrimiento de límites para generarlos, de "baja institucionalidad", según donde pongamos el ojo, si en los procedimientos o en los fines. Con todo Chávez soportó un golpe y luego cuando volvió a la presidencia encarceló o exilió responsables peor no hubo fusilamientos, cosa nada ajena a la tradición política de la región. En un mes habrá nuevas elecciones. Por eso, comparto que no alcanza con que millones lo lloren. Me parece mejor ir a ver la política, y allí en los cambios en la estructura social, vería algunas respuestas. Abrazo

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  2. Comienzo por el abrazo. Pero, nétese, que no hice referencia alguna a las instituciones. A la calidad del proceso. Simplemente, plantié, como se lee Chavez siempre desde la pasión, de una u otra forma. Comparto, en parte, la que decís. Salvo que agregaría que el también intentó un golpe de estado y nadie lo fusiló. Quiero decir que, también los politólogos (y sobre todo los polítólogos) deberíamos no estirar los conceptos y tampoco estirar el permiso a unos procesos y a otros no. Porque si cabe pasarse por encima las reglas para dirimir el poder para unos, también entonces habrá que aceptar que vale que otros también se las pasen cuando traten de perseguir sus propios objetivos. De todas formas, esto nos permitirá hacer conferencias interminables. Abrazo de gol.

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