sábado, 19 de julio de 2014

Amanece en Santiago

Y al final... que se hizo la 1:00 am. Llego a la puerta 20 y ya estaban abordando un contingente grande de personas. "Buenisimo" dije en voz baja, casi como un suspiro. Me acerqué y pregunté si finalmente tendríamos la cena. La joven que atendía me miró y me dijo en su tono chileno, burocrático y "classy" "Dígame-el-vuelo (pó)".  Le di el número de vuelo y le aclaré el "que va a México". Sin mirarme a los ojos, como evitando cualquier consecuencia posterior a su programado comentario, me dijo: "Ah! No. El vuelo se movió a la puerta 19B". Me acerqué lentamente a la puerta 19B y de lejos observé que no había nadie. Pregunté por el vuelo y ahí me enteré que se canceló hasta las 11:00 de la mañana del día siguiente. Que iríamos al Hotel Sheraton Las Condes y luego mañana a las 7:00 nos pasarían a buscar. Para esto hubo que hacer migraciones, retirar las maletas y hacer otra tercera cola más para abordar los micros que nos llevarían al Hotel. Llegados al hotel los 300 pasajeros (no sé, tiro un número) hicimos el check-in que duró una hora. Nos atendieron bien, y por lo menos los tonos de voz ya no eran burocráticos. Ultimamente, como dicen los mexicanos, estoy muy sensible a los tonos de voz cuidadosamente pensados para irritar pero que no dan ni un sólo margen de duda acerca de la correctitud de lo expresado, de modo tal que tu irritabilidad quede absolutamente cuestionada (en fin!). Ese tono debe ser elaborado. Tiene que notarse que es artificial, pero no tanto como para dar origen a una broma o una burla, y al mismo tiempo dejar bien en claro que el deseo es que se note. La cuestión es que llegamos al hotel. Comi algo muy liviano y me fui a dormir. Dormi tres horas y media. Me desperté y me introduje en la tina. Recordé una sugerencia burocrática acerca de la cantidad de perfume que debe ponerse uno en el cuerpo (me reí en soledad como cómplice de mi mismo). Vine a desayunar. Me puse a leer los diarios. Nos hablamos con otros pasajeros. Nos comentamos a qué nos dedicamos. Nadie alardeó de nada. El café está riquísimo. Y amanece en Santiago con una vista de los Andes enorme y cercana.

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