Salía de dar clases. Entregué en recepción el listado de asistencia de los estudiantes. La persona que me los recibió me miró y me dijo: -Reynoso, ¿tenés algo que ver con el hipódromo de San Isidro?
Me detuve un segundo, pero mi sonrisa no podía ocultar la alegría que tenía de ser relacionado con el hipodromo:
-Si! -le dije- Vivo a una cuadra el hipódromo.
-¿Vos vivis por ahí? -le repregunté.
-No. siempre voy con mi mujer a pasear -Me dijo. Y continuó, para mi orgullo, con el siguiente relato:
un domingo venía con mi mujer, con quien siempre vamos a caminar. Estacionamos el auto en el padok, y damos la vuelta caminando. Mi mujer está operada, así que vamos para ayudar a su rehabilitación. Y un día vi a un tipo corriendo. Pensé -prosiguió con su relato- ¡a este tipo lo conozco! Volví otro día y de nuevo. Otra tarde, y también. Y hace unos días te vi.... y dije, Ah! ya se quien es. Este es Reynoso, le dije a mi mujer.
Paró el relato. Se sonrrió al ver que era yo. Y ahora si, me preguntó: -sos vos, no?
Y yo, con una emoción enorme, y con el pecho lleno de orgullo rodeado de algunos estudiantes de doctorado, respondí: -sí, soy yo. Corro todos los días por el hipódromo.
Se dió vuelta y les dijo a las otras dos personas que estaban en recepción: -este corre de verdad, eh! siempre lo veo y va a mil!
Salí del edificio, caminé por la vereda de noche, con un poco de frío, con la sensación de que por fin me reconocían por mi naturaleza.
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