miércoles, 20 de marzo de 2013

Bilardistas y Menotistas

Hace unos años, ya; creo que por 1999 o incluso 2000, nos reuníamos con unos amigos a jugar al pool en un salón de billares de la ciudad de México, ubicado en la Avenida Universidad, en la colonia Oxtopulco, a unos 100 metros de avenida Miguel Angel de Quevedo, muy cerca de donde están las librerías Gandhi y el Fondo de Cultura. Los juegos nos reunían a una banda de gente, pero había un desafío constante: Salvador Santiuste Cué y Fernando Mayorga, por un lado, contra Carlos Moreira y quien escribe estas líneas. La historia se encargará de ponerle aderezo a la veracidad de mis palabras, pero los primeros se autodefinían como "menotistas" para jugar al pool, y nosotros como "bilardistas". En que consistían nuestras diferencias? En que cuando el juego estaba casi concluido, nuestra táctica predominaba por encima de la supuesta habilidad de los contrincantes. Me explico: teníamos como regla dejar la bola blanca entre la negra y el hoyo donde ellos tenían que embocar, de modo que les era imposible en un sólo tiro directo poder insertar la bola negra en la "buchaca". De ese modo, estaban obligados a hacer bandas o cosas complicadas para poder ganar (y muchas veces lo hacían, debo decir). Pero nos dejaban en posición de ventaja muchas veces, puesto que ellos se concentraban más en embocar que en la posición en que quedarían las bolas cuando nos tocara el turno a nosotros. De ahí que nos apodaron como "bilardistas" y ellos se autoapodaron, en honor a una idea ampliamente extendida de supuestos amantes del juego limpio y bonito, como "menotistas".

En mis clases de teoría de juegos suelo contar esta anécdota, con todas su posibles moralejas o enseñanzas asociadas, tales como "el que no arriesga no gana" (la enseñanza para un menotista) o "el que no arriesga no pierde" (la de un bilardista).

Voy al punto. Lo mismo sucede hoy con las lecturas que se hacen de los diarios, del papa, del kirchnerismo y de "la mar en coche" (para usar una expresión muy pero muy vieja). Hay un filtro de selección en las noticias por parte de quien lee e interpreta que es similar a lo que acabo de presentar. Ante el mismo hecho, con la misma narración, cada uno saca conclusiones diferentes dependiendo de donde se para y de las posibles consecuencias que tenga el resultado de su mirada sobre lo que desea del futuro. Es como sucede con los "me gusta" de muchos muros de Facebook.

lunes, 18 de marzo de 2013

La Agenda de Francisco

Todos le quieren hacer la agenda al nuevo Papa, pensaba mientras esta mañana muy temprano salí a correr. Eso siempre es así con las personalidades políticas, me dije en silencio. Cada persona pretende que quien tiene el poder político o hierocrático, en este caso, tome decisiones de acuerdo a sus preferencias. Luego cuando el que toma las decisiones tiene las suyas (como es obvio y bueno) vienen las críticas. Por eso, en estos días uno escucha o lee acerca de lo que tendría hacer Francisco o de lo que tiene que hacer. Pero luego de leer esas "agendas", se me ocurre que podríamos distinguir tres tipos de colectivos que pretenden o esperan diferentes cosas del Papa. A su vez, diría, esa agenda tiene tres aspectos o dimensiones. Voy por parte, ¿les parece? Hoy corrí temprano y pensaba en el asunto, a propósito de la reunión con la presidenta. Y más allá de los gestos diarios de micros cambios protocolares, percibo las siguientes tensiones:

1. El grupo principal, está integrado por la Iglesia como organización. Es decir, desde los curas para arriba, hasta llegar a los cardenales. Podríamos decir, es la agenda interna. Aquí hay muchas expectativas, que van desde lo organizacional hasta lo doctrinario (moral y social). Con muchos matices, la expectativa podría estar puesta en el modelo de Iglesia que Francisco alentará. Si, por un lado, mantendrá el proyecto Sacerdotal-Monárquico (como lo definen Dri, Boff y cía) o bien intentará inclinar la balanza más hacia el lado del proyecto Profético-Evangélico. Esto incluye diferentes aristas, de las cuales no estoy en condiciones de desarrollar (y menos en un blog), pero que van desde una estrategia apostólica hasta cuestiones vinculadas con la organización política interna del Vaticano y de la Iglesia toda (incluyendo el tema de curas pedófilos, escandalos en el vaticano, problemas financieros, y demás problemas concretos pero no vinculados estrictamente con la Fe, si no con la reputación). Esta discusión es muy interna y quizás muy colateralmente le pega a los laicos, que por lo general han desarrollado su fe bajo la égida del proyecto sacerdotal-monárquico (con impurezas o no). Algo de esta discusión se dio en el Concilio Vaticano II, en la Conferencia de Medellín, durante los pontificados de Juan XXIII y Paulo VI, y lentamente fue marcha atrás bajo los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. ¿Para donde va Francisco? Algunos esperan con ilusión que con mucha calma su agenda se incline hacia la de los dos primeros. Todavía no sabemos, más allá de algunos gestos y actitudes simbólicas que han planteado expectativas en estos primeros días. Pero podría ser tan sólo un Papa reformista en lo organizacional. En este grupo, también, hay una expectativa por algo más: un cambio o una reforma doctrinaria. Las expectativas son escasas al respecto, dicen algunos, sobre todo después de la muerte del Cardenal Carlo Maria Martini. Esa agenda incluye: la catequesis, el celibato, el lugar de las mujeres en la administración de los sacramentos, la comunión de los divorciados y vueltos a casar, etc. Estas demandas parten transversalmente a la Iglesia. De todas formas, podría coexistir muy bien una agenda reformista en lo organizacional con una conservadora en los doctrinario. Digamos, un Papa reformista y conservador.

2. El segundo grupo está integrado por los feligreses practicantes y los que no son practicantes pero se definen como creyentes y católicos. Los simpatizantes de la Iglesia, si me permiten al expresión. Los que a veces suelen reivindicarse con expresiones tales como "Iglesias somos todos", pero que no tienen injerencia, salvo algunos muy pocos, en la administración de las cosas. Este grupo (compartiendo con el otro grupo) espera una agenda que los vuelva a poner en mayoría, que detenga la fuga de fieles que experimenta, desde hace dos décadas o más, la iglesia católica. Aquí también hay tensiones. Están los católicos ortodoxos, que están cómodos con una religión conservadora en lo moral (sobre todo en lo sexual) pero que quieren volver a hegemonizar la moral social. No quieren grandes cambios en los principios ideológicos que hasta ahora dominan en la Iglesia (basada en la impronta de Juan Pablo II y Benedicto XVI) pero la quieren mayoritaria. Frente a estos, pondría a los católicos progresistas, aquellos que tienen la expectativa puesta en una reforma doctrinaria profunda, que me animaría a decir sintetizaba intachablemente en lo teológico y en lo intelectual el Cardenal Carlo Maria Martini (Hago aquí un paréntesis, porque a éste yo lo admiraba).

3. El tercer grupo son los de afuera, los no creyentes. Es curioso, pero estos también esperan acciones, aunque la agenda que esperan no es, obviamente, la del Obispo de Roma. Demandan una agenda de reformas que, a mi modo de ver, vaya al meollo de la moral católica, de la política expansiva de la Iglesia, y que en definitiva merme el poder de la misma. Algo, obviamente, imposible que sea ejecutado desde adentro. No obstante, es curioso que tengan opiniones sobre el asunto. Muchos comparten (compartimos) con los progresistas del primer y del segundo grupo, una gran parte de los temas de la agenda, pero no la pretensión de validez universal de la creencia. Un tema, por ejemplo, que expresaría esta tensión podría ser el debate creacionismo vs. evolución, que por cierto tiene posibilidades de síntesis.

El tema es para largo, pero vaya mi pequeña contribución a estos días en los cuales parece que hemos descubierto que existe el Colegio de Cardenales, que hay debates en la Iglesia, y que no todos los curas son iguales.

Yo sigo corriendo... y pensando si encontraría financiamiento para una investigación sobre como votan los cardenales.

sábado, 16 de marzo de 2013

Francisco y mi agnosticismo cristiano

La noticia me tomó en Panamá, estaba haciendo una consultoría. Recuerdo que también la muerte de Nestor Kirchner me tomó por sorpresa allí, haciendo más o menos casi lo mismo. Esta vez venía de almorzar en un restaurante de la Ciudad del Saber cuya dueña era una argentina. Había corrido a la mañana temprano, así que me sentía liviano. Aún no sabíamos quién era el elegido, pero ya se sabía que de la chimenea salía humo blanco. Hablábamos con Harry acerca de lo complicado que podría ser para un presidente tener como papa a un cardenal de su país. Seguía por twitter las noticias. El gallego Iglesias tiró en un momento que era Scola, y ahí atrás salimos varios. Viralizando. Justo había leído hacía poco algo de su curriculum, pero no era Scola. Finalmente leí la noticia: era Bergoglio, el cardenal primado de Buenos Aires. Confieso que me impactó! Se acercaron varios colegas y personal administrativo a hacer las bromas de ocasión. Un papa argentino! Que la mano de dios! etc. Era todo risa --respetuosa, por cierto.

Pero me quedo con el impacto que en su momento me produjo. Creo que aún hoy, un par de días después siento esa sensación difícil de explicar. Entre chauvinista, medio cursi, raro. Lo digo: estaba un poco emocionado. No soy un hombre de fe, aclaro. Pero si bien soy agnóstico, no soy anticlerical (quiero decir: no soy un "matacura", como define mi amigo Nicolás a esa tendencia). Aunque puede sonar a "tengo un amigo negro y otro judío", tengo muchos amigos practicantes y suelo tener un buen trato y aprecio por muchísimos sacerdotes conocidos de la familia. Me cuesta entender la expectativa con que transitan la vida, pero eso no me aleja. No se si leyeron conversaciones en la catedral, pero si lo hicieron, yo mismo me recuerdo a Zavalita: intentando abrazar alguna causa, buscar algo en que creer, termino por no estar convencido de nada! Corro, luego existo...  bien podría ser, "dudo, luego existo...". Quiero decir, no estoy en condiciones de afirmar cosas que no puedo demostrar, aunque a veces sí lo hago por intuición. Pero no puedo aceptarlas estandarizadas. No puedo vivirlas con un compromiso "militante". Me pasa y me pasó también con la política.

Fui educado en la fe católica.Tuve una adolescencia, también, muy vinculada a la Iglesia. Participé activamente de movimientos de la Iglesia. Pero quizás del mismo modo que Zavalita en el partido comunista. Tenía fe, era un joven de fe. Pero, también de nuevo como Zavalita, me gustaban las minas que iban a misa, y eran las únicas que conocía (risas). Pasó el tiempo y mi fe siguió ahí adentro hasta que se topó con una razón que la cuestionó severamente. No resistió el cimbronazo. Aún así, incluso en la universidad, me identidad seguía siendo católica. Esto lo he hablado con pocas personas, y no todas lo entendieron o entienden. Incluso cuando ya no creía, seguía completando los formularios que preguntaban por mi religión como católico. Con el tiempo fui razonando esa sensación.

Aún hoy, diría, soy culturalmente católico, aunque agnóstico. Eso en general es lo que no se entiende y es difícil de explicarlo. Explico mi agnosticismo. Hay dos cosas centrales en la estructura ideológica -si se me permite esa expresión- de la fe católica que no entiendo, que no comparto, que no puedo aceptar. La primera radica en derivar de la (para mi improbable) existencia de un ser superior un conjunto de normas morales (en especial las sexuales) y sociales que gobiernan la vida de los hombres. Aún admitiendo la existencia de dios, todavía queda un trecho largo para demostrar que es esa y no otra la forma de vivir la vida. Puedo incluso admitir que, en términos generales, culturalmente acepto y hago propias esas formas de vivir la vida (digamos las normas sociales en general) pero es imposible demostrar que hay algún mecanismo para revelarlas. En el antiguo testamento Moisés sube un cerro y baja con unas tablas. Se produce ahí un problema central, para mi: ¿hay que aceptar eso como bueno?  ¿o bien cuestionarlo como un extremo acto dictatorial, que usa instrumentalmente a dios para imponer un orden? No hay como, para mi, empezar por justificar y demostrar eso. Por eso la fe, dirán algunos. Pero soy un hombre de razón. Incluso aceptando las dos cosas como buenas, o como no dañinas, no encuentro el vinculo entre ambas. Esa forma de justificar normas o decisiones, también las encuentro en cierta militancia política y suele ser excluyente y profundamente autoritaria (como dice mi migo Diego).

La segunda es la pretensión del monopolio de lo que se me ocurre definir como el ritual de la creencia y la bondad. Desde las más burocráticas normas de oficiar misa a las más generales prácticas de vivir en la sociedad. Ahí la historia juega a mi favor. Las formas tanto burocráticas como las prácticas sociales han cambiado tanto, que es imposible sostenerlas universalmente. De este modo, la pretensión universal se desmorona. Tener una mujer o porqué no dos; amarse entre personas del mismo sexo; darle el derecho a decidir sobre su cuerpo a la mujer; el celibato; en fin, podemos seguir toda la noche. Pero ahí el tema es crítico. Si incluso hoy, un papa modernizador y reformista lo aceptara en la agenda, tendría un problema moral y social gigante: estaría mandando al demonio miles de años de exigir vivir la vida bajo ciertas reglas que hoy, un humano con poder, actualizaría dramáticamente. Pero dejemos de lado los miles de años. ¿Qué le decimos a una persona que vivió 70 años aferrándose a una norma de convivencia, a una pareja, a lo que sea por la expectativa que lo llenaba de ilusión de darle sentido a una vida, pero comiéndose el garrón de vivir una vida de mierda? Difícil decirle que ahora ya no vale nada. Mejor aún, que lo lamento, nos equivocamos. La próxima podes vivir más relajado.

Como en estas cosas, creo yo, ha basado sus pilares fundamentales el catolicismo occidental, y le ha dado expectativas a millones de personas, pues ahí se acabó mi relación. No obstante, hay algo que no podría ahora describir con precisión pero que me une a una forma de ser de al menos algunos cristianos (casi la mayoría de los que tuve la suerte de conocer y conozco), que en general se basa en su impronta histórica: la humildad (no la manipulación de la victima), la corrección fraterna (no la honestidad brutal), el valor del arrepentimiento (no el salir del paso) y la grandeza del perdón (no el uso instrumental). Y que por esa singular (...mmm no se si cabe la expresión razón), quizá me reivindico como cristiano aunque agnóstico en cuanto a todo lo demás que le da sentido a la vida del creyente.

Por eso, le deseo suerte a Franciso en su misión (de eso capaz que me animo a pensar algunos escenarios atrevidos como politólogo, no como cristiano) y en su carrera personal, porqué no. Me encantaría poder sentir ese compromiso que sentí que me inspiraba cuando era más joven. Pero ya no, mi razón tiene 40 y pico de años y mi fe (si es que queda) tan sólo 17.

jueves, 7 de marzo de 2013

Hugo Chavez

Ayer di, nuevamente, toda la vuelta al hipodromo. Quiero decir, no solamente la del cicuito, si no la de la cancha de vareadores y el golf incluido. Salì por Dardo Rocha rumbo a Fleming, seguì derecho hasta Diego Carman. Luego doblé hasta Marquez y de ahí derecho-derecho hasta Av. Santa Fé. Luego, de nuevo, hasta Dardo Rocha. En total 10.88 kilómetros. Ni lo sentí, pero pensé mucho en el fenómeno Chavez. Miraba a la gente pensando si les importaría o no la muerte de Chavez. Si en algo sus vidas cambiaba, aunque sea emocionalmente. Me imaginé corriendo desde el aeropuerto hasta el hotel, aquél día que el vuelo de aerolineas llegó tarde a Caracas y tuve que pernoctar una noche allí (la historía aquí). Me imaginé corriendo por esa avenida que bordea Caracas donde los barrios trepan por las laderas. Recuerdo esa imagen y la charla con el taxista.

Algunos lo odiaban más allá de las razones que esgrimian para sostener su postura. Siempre me pareció, que antes o después de las razones, estaba el prejuicio y el desprecio. Chavez no era estéticamente lo que pretendían como imagen de presidente. Otros lo amaban más allá, también, de las razones que pudieran dar de sus aciertos. Ultimamente me parecía que, para quienes los defendían, él era más un símbolo de lo que anhelaban o añoraban, o de cierta rebeldía e irreverencia.

En lo personal, no lo odié, ni lo amé. No me despertaba la admiración, cercana a la adoración, que otros le tenían.  Lo respeté, eso sí. Fui critico agnóstico del proceso bolivariano, cuando mi interlocutor era un chavista recalcitantre, y solía excusarlo y relativizar sus errores cuando mi interlocutor era un iracundo antichavista. Critiqué las mañas.

Pese a que algunos de mis amigos o colegas lo veneraban como a "el lider popular", yo nunca dejé de verlo como un hombre de armas, un militar. Me atraía su elocuencia carismática, pero al minuto lo sospechaba como un encatador de serpientes. Supe del amor que le tenían muchos en su país y del odio de otros compatriotas suyos. Ambas razones siempre me parecieron entendibles, pero debo confesar que no ambas pasiones.

Ayer cuando veía las imágenes por televisión. Cuando leia y releía su historia y los hitos políticos desde 1992 hasta la fecha. Cuando la gente lo empezaba a llorar. Ayer tenía la indiscutible evidencia de su liderazgo popular. Eso, por cierto, no lo convierte en bueno per se. Pero veo ahí un inmenso peso que ha tenido y tiene en la región... se ve, es imposible negarlo. Me quedo perplejo... ahi va la historia, la estamos viendo, la estamos viviendo.